Es invierno en la calle
y en el alma
a mitad de la tarde.
A mitad de la tarde, las persianas
aguillotinan gris anochecido.
Detrás de los cristales, la última mirada hacia poniente,
los últimos destellos en el cielo,
nubes rojas entrando en el cerebro.
Tan sólo ese momento nos rescata,
pues ya el día, de vida mal pagado,
a su favor inclina la balanza.
A mitad de la tarde, la belleza nos salva
-o quizá nos resigna y nos engaña-
para esperar de nuevo, tan idéntico,
nuestro siguiente día.